La provincia de Santa Fe atraviesa una temporada de dengue con números considerablemente más bajos que los del año pasado. Según el último Boletín Epidemiológico, entre enero y mayo de 2025 se registraron 9.084 casos confirmados, lo que representa una disminución superior al 85% en comparación con los 61.532 contagios del mismo período de 2024.
La caída no se explica por un solo motivo. Desde el ámbito sanitario destacan que se combinó un enfoque preventivo sostenido en el tiempo, con operativos de bloqueo en territorio, campañas de concientización, vacunación gratuita en grupos priorizados y una red de vigilancia activa que permitió actuar rápido ante cada sospecha.
En particular, la estrategia de vacunación focalizada con la vacuna Qdenga —comprada por la provincia con fondos propios— alcanzó más de 126.000 dosis aplicadas, con coberturas que rondan el 66% en personas entre 40 y 59 años, y algo menores en los grupos de 20 a 39 y adolescentes. La inmunización, junto a otras medidas, ayudó a frenar la circulación del virus en muchas localidades.
De hecho, departamentos como San Justo y Vera no reportaron ningún caso hasta el momento, mientras que municipios como Pérez, Fuentes, Casilda y Villa Trinidad pasaron a fase de recuperación. Rosario, en cambio, sigue en fase de brote, aunque con un descenso sostenido en las últimas semanas.


El pico de contagios se dio en la semana 14 del año, a comienzos de abril. Luego, las cifras fueron bajando semana a semana, con solo un leve repunte hacia fines de ese mes. Esta curva descendente se replicó también a nivel regional: en varios países de América Latina se observó una baja respecto al 2024, considerado uno de los años con más casos en la historia.
Si bien la situación actual es alentadora, desde el Ministerio de Salud insisten en no relajarse. Recuerdan que el mosquito Aedes aegypti sigue presente y que las condiciones urbanas que favorecen su reproducción no se modifican de un año a otro. Por eso, insisten en mantener los entornos limpios, eliminar objetos que acumulen agua y consultar al sistema de salud ante la aparición de síntomas como fiebre, dolor muscular o sarpullido.
El desafío ahora, señalan, es sostener las acciones durante todo el año y convertir lo aprendido en una política sanitaria de largo plazo, capaz de reducir los riesgos incluso en futuras temporadas epidémicas.

