“No quiero morir en terapia ni en un sanatorio. Espero hacerlo en mi cama, tranquila, con alguien que me agarre de la mano”. Este sábado, a los 93 años, Angélica Gorodischer se fue de acuerdo casi a su deseo, sentada en su sillón favorito de la casa de zona sur de Rosario donde escribió sus libros.
El fallecimiento de la escritora, una de las voces femeninas más importantes de la literatura argentina y de ciencia ficción en Iberoamérica, responsable de introducir la distopía en sus obras para retratar a una sociedad desigual e injusta, fue confirmado por sus familiares y allegados a través de las redes sociales.
Gorodischer, quien nació en Buenos Aires en 1928 pero que se radicó en Rosario con tan sólo siete años, es considerada una de las voces femeninas más importantes dentro de la ciencia ficción en Iberoamérica, aunque no le gustaba que la encasillen en ese género. “Yo me presento así: yo escribo. Escribo narrativa. Tal como me lo propuse cuando era chica, escribo cosas maravillosas a la gente. Creo que he venido al mundo a escribir”, supo aclarar oportunamente.
En la Feria del Libro rosarina en 2018 fue homenajeada con el cambio temporal que puso su nombre al Centro Cultural Roberto Fontanarrosa. “Nací entre libros. Empecé a leer a los cinco años y todavía no me detuve ni me voy a detener. El que quiere ser escritor tiene que leer de todo, no sólo literatura. Cuando uno lee el horizonte retrocede y se ve más allá. Cuando uno aprende a escribir aprende a mirar, porque en todas partes hay un cuento. Miro a mi alrededor y veo cuentos. Escribir es terapéutico. Hay que escribir porque la escritura es curativa”, expresó en aquella ocasión.
“Soy feminista desde que nací. Siempre me hacen la pregunta típica: ¿entonces odiás a los hombres? (suspirando y revoleando los ojos) ¡Los hombres me gustan muchísimo! Pero tenía que salir a la palestra por todas mis congéneres. La mujer ha sido siempre un ser de segunda y yo me niego a eso. ¡No, señor! Somos tan de primera como nuestros hermanos. Si nos pasa a todos lo mismo. Siempre estamos peleando por la vida”, relató.
Esa es una de las razones, señaló, por las que su personajes femeninos rompieron con el estereotipo trágico de las heroínas. “En general aquellas mujeres terminaban suicidadas o borrachas o en la cosa más siniestra. Caramba, no todas terminan así. Hay muchas mujeres que consiguen lo que querían sin hacer una revolución, sino naturalmente, como puede hacerlo un hombre. Eso se llama feminismo”.
Sus primeros juguetes fueron los libros. Empezó a leer desde muy pequeña y aunque no recordaba quién le enseñó, a los siete años, mientras leía Las minas del Rey Salomón, se dio cuenta que quería ser escritora: “Sacaba un libro y leía. A veces no entendía, pero no me importaba nada; la cuestión casi de aventura era leer, descifrar lo que había en ese libro. La cuestión era adueñarse del mundo”, supo confesar.
Por su trabajo en defensa de los derechos de la mujer, la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos le otorgó en 1996 el premio Dignidad. Su labor se extendió a los grupos de reflexión sobre la escritura y a la organización de los Congresos Internacionales de Escritoras en Rosario, en 1998 y 2000.
En 2016, “cansada de las mujeres vencidas en la literatura”, editó Las Nenas, un libro de cuentos donde las protagonistas son niñas que desafían las reglas de “la sociedad falogocéntrica”, escapando de situaciones opresivas impuestas por la lógica masculina.
“No se me había ocurrido antes, pero me interesó una vez que estuvo hecho porque me di cuenta que estas nenas no eran unas boluditas que juegan con muñecas, sino que se dan cuenta que algo pasa, aunque no sepan qué es”, contó en aquél momento.
“La verdad es que estoy cansada de las mujeres vencidas en nuestra sociedad falogocéntrica, que terminan muertas, alcohólicas, suicidadas, quería cortar con eso literariamente hablando. Una nena también puede revelarse desde su lugar en la sociedad, que no es solamente obedecer a mamá”, había detallado sobre el libro en el que echa mano al humor, un recurso común en su literatura.
Más allá de una profusa producción de libros de cuentos y relatos, de lado de las novelas y sólo por repasar los últimos veinte años de producción, en 2002 publicó Doquier, a la que le siguieron Tumba de jaguares (2005), Tres colores (2008), La cámara oscura (2009), Tirabuzón (2011), la referida Las señoras de la calle Brenner (2012) y Palito de naranjo (2014)
Por otra parte, en 2018, recibió el Gran Premio a la Trayectoria Artística del Fondo Nacional de las Artes (FNA) “por su aporte a la cultura argentina” y porque “en sus 55 años de carrera, se transformó en una de las voces femeninas más importantes de la ciencia ficción”.
Además, recibió numerosas distinciones como los premios Konex de Platino, Emecé, Más Allá y Esteban Echeverría. En 2011, en Estados Unidos le otorgaron el World Fantasy Award a la trayectoria. Y sus cuentos figuran en las antologías del país y del extranjero, al tiempo que ha sido traducida al alemán, inglés, francés, italiano, ruso, checo y portugués.